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¿Y QUÉ FUE DE AQUEL 8 DE MARZO?

  • Foto del escritor: Kenia Arteaga
    Kenia Arteaga
  • 1 may 2020
  • 4 Min. de lectura

“Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”, Mary Wollstonecraft.

En pocos días se cumplirán dos meses que tomé la decisión de levantar la voz y mostrar mi inconformidad ante la situación de inseguridad y desigualdad que vivimos las mujeres a lo largo del país… y ¿sabes algo? Hoy te puedo asegurar que acudir a la marcha del pasado 8 de marzo fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

La mañana de ese día aún tenía cierto conflicto interno sobre sí debía o no acudir a la marcha. Una parte de mi sentía la necesidad de expresarse y de apoyar a un movimiento en el que creo y, por otra parte, tenía un poco de miedo, porque no sabía si la marcha se tornaría violenta o no.

Luego de valorar los pros y contras de acudir, tomé la decisión de dejar aun lado mis miedos, de formar parte activa del movimiento e ir a marchar, porque considero que la mayoría de los avances que se han logrado para que exista una igualdad de género se encuentran solo en papel y que hacen falta mecanismos reales que la garanticen.

Ufff… te juro que estoy escribiendo esto y mi piel se pone chinita de solo recordar todo lo que vi ese día en la marcha, de recordar los carteles, de recordar los gritos, de recordar a las miles de mujeres y niñas que vi unidas en una sola voz y con un solo objetivo: que la violencia en contra de las mujeres pare.

Decidí sumarme activamente al movimiento, porque que creo que el nivel de violencia que se ejerce en contra de las mujeres -sea física, económica, psicológica o, incluso, laboral- es algo que debe de parar y, sobre todo, que no debemos normalizar.

No debe ser “normal” que las mujeres tengamos que cuidar nuestra forma de hablar o de vestir para que no seamos agredidas, no debe ser “normal” que las mujeres tengamos que renunciar a metas profesionales por dedicarnos al hogar, no debe ser “normal” que al día desaparezcan miles de mujeres y no se vuelva a saber nunca más de ellas.

En mi opinión, las mujeres –y, en general, todas las personas- no tenemos que ir por la vida soportando todo y callando nuestra inconformidad, porque si lo hacemos corremos el riesgo de adaptarnos a cosas que no nos hacen felices y la vida está hecha para ser disfrutada y no para ser soportada.

El mes pasado, además, decidí sumarme al paro nacional que se llevó a cabo el 9 de marzo, en el que muchas mujeres tomamos la decisión de detener nuestras actividades laborales y/o domesticas, con la finalidad de que se visibilizará el peso que tenemos en la sociedad.

A diferencia de mi decisión de último minuto sobre acudir a la marcha, el participar en el paro nacional fue algo que ya había decidido desde que escuché sobre él. Por ello, en cuanto tuve oportunidad le informé con tiempo a mi jefe que ese día no me presentaría a trabajar, porque para mí era una oportunidad de causar un poco de ruido sobre la necesidad real que existe de cambiar la situación en la que vivimos las mujeres en el país.

Me encantaría decirte que la respuesta que tuve fue de total apoyo, pero no fue así, por lo contrario, recibí una respuesta de apoyo disfrazada, porque si bien nos dijo que estaba de acuerdo con que nos sumáramos al movimiento, también nos dejó en claro que alguien debía absorber el “costo” de ese día y, bueno, solo te diré que ayer que llegó el pago de mi quincena en él se reflejó el descuento proporcional por haber faltado el 9 de marzo.

La verdad el descuento de un día laboral era un costo que yo estaba consciente y dispuesta a absorber, vaya mi deseo por que las condiciones en las que vivimos y nos desarrollamos las mujeres cambie es mayor; sin embargo, ese hecho fue algo que me recordó el porqué no puedo bajar la guardia, el porqué debo mantenerme alerta a mis ideales, porque la lucha para lograr equidad de condiciones para las mujeres -en todas las esferas de nuestra vida- va más allá de uno o dos días al año.

Hoy, más que nunca, creo que para generar este cambio es necesario que exista sororidad, que cambiemos la forma en cómo nos percibimos y cómo nos tratamos a nosotras mismas, que dejemos el papel de víctima en esta lucha y de que nos empoderemos -es decir, que adquiramos o reforcemos nuestra capacidad de tomar nuestras propias decisiones- con un objetivo claro: sentirnos satisfechas con nosotras mismas y con la vida que construimos diariamente.

Sé que hace falta mucho camino por recorrer para garantizarnos una verdadera igualdad de género y para que la violencia en contra de las mujeres se erradique, sé que cambiar la forma de pensar de toda la sociedad y los estereotipos que existen no será algo fácil; pero, también sé que no es algo imposible de lograr.

De todo corazón deseo que en un futuro tengamos las mismas libertades que los hombres y que vivamos en un país -y en un mundo- en el que podamos caminar libremente sin miedo a ser atacadas, violadas o asesinadas, un país donde efectivamente tengamos el derecho de elegir sobre nuestros cuerpos, un país que ofrezca mejores condiciones laborales, un país en el que las mujeres nos apoyemos y no nos pongamos el pie.

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